Una
vida muy dura. Desde tu parto hasta
nuestros días. No debió ser fácil traerte al mundo y, mucho menos, colocarte en
tu sitio. Tampoco ha debido ser fácil que cada uno te llamara con un nombre. Quizás
sea el problema de mirar desde tan alto. Las abuelas del lugar te llamaban
Santa Juana. Ni Juan ni Juanillo, dice el refrán. Se equivocaban. Por aquello
del movimiento, cuando naciste te llamaron Giralda. Cosas de la vida, alguien se apoderó de
tu nombre, quizás por ser más grande que tú. Ya sabes: pez grande se come al
chico. Te quedaste con lo de Giraldillo, algo así como un hijo pequeño de la
gran torre de la ciudad.
Tampoco
debe ser fácil ser mujer, estar embarazada y que encima te llamen con nombre de
varón. Cosas de la ciudad. Lo del transformismo tiene larga historia, desde la
monja alférez a la Esmeralda, y eso que te imaginaron símbolo de la Fe
triunfante, Giganta para Cervantes y hasta coloso para algún vecino.
Tu
parto en 1568 fue largo y complicado. Nunca una mujer tuvo tantos padres. Dicen
que te ideó un pintor, Luis de Vargas, y que tu modelo lo hizo un escultor, un
tal Juan Bautista Vázquez el Viejo. El cuerpo de bronce te lo dio Bartolomé
Morell, el mejor de su época. Ya sería bueno que el cabildo Catedral pagó su
fianza para sacarlo de la cárcel. El rescatado te daría cuerpo y alma de bronce
con aire clásico. Diagnóstico: parto de riesgo. Una escultura de bronce de más
de tres metros. Tan difícil fue aquello que la casa de tu padre ardió mientras
fundían tu cuerpo, aunque la espera mereció la pena. Pronto te convertiste en
la belleza de la ciudad. Ni Fidias, ni Miguel Ángel. Ni Atenea, ni Venus. La
belleza de Sevilla se subió a la torre musulmana y se llamó Giraldillo, veleta
de una ciudad que te mira como una novia inalcanzable en los quinientos años
que llevas ahí arriba. Largos siglos para señalar los vientos de la ciudad con
tu palma, para protegerla con tu escudo que un día llevó un cáliz. Palma y
cáliz para una ciudad, que diría el poeta, mujer juguetona que imitaba con sus zapatos a la Diana cazadora del Museo y que imaginaba
colocarse detrás del paso de la Sentencia.Casi nadie en Sevilla se ha dado cuenta, pero llevas siglos embarazada y
en tantos siglos has sido un diablillo Cojuelo voyeur de tu ciudad. Mirar sin ser vista, la eterna aspiración de
muchos. Veleta e inestable, como la ciudad, con seis tiros en tu cuerpo fruto
de alguna guerra fratricida, achacosa en los últimos años y hasta con mala
imitadora a tus pies. Como tú ninguna, mujer que no tiene los ojos cerrados
como mandan los cánones, que ya sería eterno castigo ser ciega en Sevilla. La
ciudad en la que no puedes creer. Aunque seas la Fe. Lo tuyo es pura mística:
no puedes creer en la belleza de una ciudad: llevas siglos viéndola.
1 comentario:
La gran olvidada de nuestra ciudad, que nos vigila desde el cielo.
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