13.8.13

GIGANTA



Una vida  muy dura. Desde tu parto hasta nuestros días. No debió ser fácil traerte al mundo y, mucho menos, colocarte en tu sitio. Tampoco ha debido ser fácil que cada uno te llamara con un nombre. Quizás sea el problema de mirar desde tan alto. Las abuelas del lugar te llamaban Santa Juana. Ni Juan ni Juanillo, dice el refrán. Se equivocaban. Por aquello del movimiento, cuando naciste te llamaron  Giralda. Cosas de la vida, alguien se apoderó de tu nombre, quizás por ser más grande que tú. Ya sabes: pez grande se come al chico. Te quedaste con lo de Giraldillo, algo así como un hijo pequeño de la gran torre de la ciudad.
Tampoco debe ser fácil ser mujer, estar embarazada y que encima te llamen con nombre de varón. Cosas de la ciudad. Lo del transformismo tiene larga historia, desde la monja alférez a la Esmeralda, y eso que te imaginaron símbolo de la Fe triunfante, Giganta para Cervantes y hasta coloso para algún vecino.  
Tu parto en 1568 fue largo y complicado. Nunca una mujer tuvo tantos padres. Dicen que te ideó un pintor, Luis de Vargas, y que tu modelo lo hizo un escultor, un tal Juan Bautista Vázquez el Viejo. El cuerpo de bronce te lo dio Bartolomé Morell, el mejor de su época. Ya sería bueno que el cabildo Catedral pagó su fianza para sacarlo de la cárcel. El rescatado te daría cuerpo y alma de bronce con aire clásico. Diagnóstico: parto de riesgo. Una escultura de bronce de más de tres metros. Tan difícil fue aquello que la casa de tu padre ardió mientras fundían tu cuerpo, aunque la espera mereció la pena. Pronto te convertiste en la belleza de la ciudad. Ni Fidias, ni Miguel Ángel. Ni Atenea, ni Venus. La belleza de Sevilla se subió a la torre musulmana y se llamó Giraldillo, veleta de una ciudad que te mira como una novia inalcanzable en los quinientos años que llevas ahí arriba. Largos siglos para señalar los vientos de la ciudad con tu palma, para protegerla con tu escudo que un día llevó un cáliz. Palma y cáliz para una ciudad, que diría el poeta, mujer juguetona que imitaba con sus  zapatos a la Diana cazadora del Museo y que imaginaba colocarse detrás del paso de la Sentencia.Casi nadie en Sevilla se ha dado cuenta, pero llevas siglos embarazada y en tantos siglos has sido un diablillo Cojuelo voyeur de tu ciudad. Mirar sin ser vista, la eterna aspiración de muchos. Veleta e inestable, como la ciudad, con seis tiros en tu cuerpo fruto de alguna guerra fratricida, achacosa en los últimos años y hasta con mala imitadora a tus pies. Como tú ninguna, mujer que no tiene los ojos cerrados como mandan los cánones, que ya sería eterno castigo ser ciega en Sevilla. La ciudad en la que no puedes creer. Aunque seas la Fe. Lo tuyo es pura mística: no puedes creer en la belleza de una ciudad: llevas siglos viéndola.




1 comentario:

Cante flamenco dijo...

La gran olvidada de nuestra ciudad, que nos vigila desde el cielo.