7.2.08

ALMANAQUE DE CUARESMA III. LA REVERENCIA


Siempre decía que cada año era diferente, que cada Semana Santa era distinta a la del año anterior. Quizás una letanía repetida sin sentido. Pero es que aquel año era realmente novedoso. Por fin había logrado el puesto que quería, mejor dicho, el puesto que pensaba que merecía. Lugar preeminente: la presidencia. Con la vara que recordaba su antigüedad en la hermandad y la prestancia de su condición social. El sitio ideal para distinguir la mediocridad del anonimato...
Su preparación fue, más que nunca, una liturgia. Se anudó los nervios con el cíngulo, escondió su fanfarronería en el blanco de su túnica y camufló su intraquilidad con el antifaz. Sintió su primera elevación a los cielos cundo vio la galleta plateada de su egregia arhicofradía entre sus manos. Los mejores símbolos en las mejores manos...Aunque las molestias comenzaron a aparecer ya en aquel momento.
- “Será cosa de los nervios”, pensó al salir de la iglesia.
Fue el inicio de su levitación. Porque el nazareno casi anónimo (había pregonado su posición a los cuatro vientos), se notó crecer en cada una de las esquinas del recorrido. Se sintió conocido en todos los momentos sublimes de la procesión y esperaba con impaciencia su presentación ante la alta sociedad. Aunque las molestias continuaron. Incluso aumentaron. Que más daba... En la calle Sierpes vio acercarse el momento largamente esperado y arduamente ensayado con sus amistades de apellidos compuestos. Al entrar en los palcos sintió la mirada de la alta sociedad sevillana. No podía fallar. Distancias mantenidas y cofradía en orden. Los sillones dorados a escasos metros. Y las molestias estomacales desfilando entre niños endomingados junto a sus niñeras. Un paso, dos, tres. Llegaba el momento. La presidencia se destacaba del cortejo y se acercaba a las autoridades. Las dichosas molestias también. El momento llegó. Paso adelante e inclinación profunda. Dicen que el estruendo se oyó en toda la plaza...
Por la Avenida, un nazareno fanfarrón maldecía que un potaje de chícharos hubiera sido su almuerzo...

7 comentarios:

J. Iván Martín dijo...

"Será cosa de los nervios"...jejeje... a saber como se le quedó la cara a los del palco...

Muy buena historia señor Rascaviejas... un saludo.

PD: pasese por mi blog que hace mucho que no me deja un comentario

Enrique Henares dijo...

No existe constancia de si hubo palomino en la blanca túnica??
Se supera usted cada día, señor rascaviejas.

el aguaó dijo...

Amigo Rascaviejas, buenísimo. Supongo que la presidencia saltaría, literalmente, de sus asientos.

No quiero imaginarme el estado del nazareno que iba tras el comedor de chicharos.

Un abrazo amigo.

Lorenzo Blanco dijo...

Escatologicamente magnífico el texto.

Esto si es una pesadilla de cofrade, digna de que nuestro amigo Fernando García Haldón la incluya en su próximo libro.

Saludos

orfila dijo...

Bueno, peor hubiese sido que fuera debajo, con la faja "arrelía"...

Un saludo.

eres_mi_cruz dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
eres_mi_cruz dijo...

iiiiiih ih ih ih...
¡me lo estaba temiendo!...
por lo menos tuvo la decencia de no señalar con la bara al de al lado y decir aquello tan orténtico de...
¡¡¡LLONOSÍO, CUIDAO, ASIOESTE!!!